La Caridad de la Virgen María

La caridad de la Virgen María

 

Es hermoso hablar dela Virgen. Yes más hermoso aun hablar de la caridad dela Virgen, que es el aspecto más hermoso del alma dela Virgen. Porquecuando veneramos ala Virgen, veneramos también «ese corazón lleno de amor y Caridad que santificó los pensamientos, palabras, acciones y sufrimientos de la santa Madre del Salvador» (1).

 

Pero, ante todo, y para comenzar, ¿qué es la «caridad»? A veces solemos entender por «caridad» las obras de beneficencia materiales, corporales, como dar una limosna a un pobre, ayudar a un ciego a dar unos pasos, dar alimento a quien no lo tiene… Se trata de las obras de misericordia, con las cuales socorremos las necesidades del prójimo: las corporales son, quizás, más visibles, pero no, ciertamente, más importantes que las espirituales (2). Ahora bien, las obras de misericordia son, en realidad, un aspecto de la caridad, una expresión de la caridad, pero no se identifican con ella.

 

   La palabra «caridad» viene del latín caritas, y significaba en su origen «aprecio», el afecto que se le tiene a algo que nos resulta de gran precio, «caro». Con el término caritas, caridad, se tradujo la palabra griega que el Nuevo Testamento usa para hablar del amor que viene de Dios. Esta sola observación nos permite percibir que no todo amor viene de Dios y que, por consiguiente, no todo amor es bueno. Por ejemplo: el amor de sí mismo que lleva a usar al prójimo como un instrumento no es bueno; es «amor de sí mismo» desordenado, desmedido, y su nombre es «egoísmo», puesto que no busca el bien del otro sino que usa al otro para el propio provecho. Otro ejemplo: un «amor» que lleva a cometer adulterio, y a poner en riesgo o a destruir una familia, no es un amor bueno. Tampoco es bueno un «amor» que lleva a los jóvenes a unirse sin haber sido bendecidos por Dios con el sacramento del matrimonio. Será amor…, amor pasional…, cercanía afectiva, por congenialidad, por atracción física…, pero no es caridad, no es amor cristiano, ese amor puro y cristalino, que lleva a hacer todas las cosas reconociendo a Dios y dándole, de manera real y concreta, el primer lugar en nuestras vidas. Por eso, hablando con propiedad, caridad es el nombre propio del amor cristiano, de tal modo que significa ese amor que le debemos tener a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo y, más precisamente todavía, como Jesús mismo nos ha amado3. Las características de la caridad han sido enseñadas de manera bellísima por san Pablo en la primera carta a los Corintios (1Cor 13,1-11).

 

¿Nos dice algo la Biblia sobre la caridad de la Virgen, es decir, sobre su amor a Dios y sobre su amor al prójimo al modo como Jesús enseña a amar? ¡Nos dice mucho! ¡Muchísimo! Un modo de conocer cuáles son los amores de una persona consiste en ver cuáles son sus fuentes de alegría, de alegría intensa, grande, profunda. Como nos enseñaba el buen Jesús: «donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21). Viendo, pues, cuáles son las fuentes predominantes de alegría de una persona, podemos ver cuáles son sus tesoros y, por ello, dónde está su corazón.

 

Las primeras palabras del Magnificat son muy elocuentes al respecto: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios-mi-salvador» (Lc 1,46). ¿Dónde están las mayores alegrías de Nuestra Santísima Madre, dónde reposa su corazón? En Dios. Y no en la «idea» de Dios, en un Dios «lejano», sino en el Dios vivo, que se le hace cercano, que es su-salvador personal. Sin embargo, aquí hay algo más. Porque la Virgen ya sabía por boca del ángel qué nombre debía poner a su hijito, que era Hijo de Dios: «… lo llamarás “Jesús”» (Lc 1,31). Es el mismo nombre que el ángel le explica a san José: «… lo llamarás “Jesús”, porque salvará al pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). En efecto, nuestra palabra «Jesús» deriva del hebreo quiere decir «Dios-salva», «Dios-salvador». Puesto quela Virgen pronunció estas palabras en su propia lengua, a ella no escapaba la comprensión de todo este significado. Por eso ella también nos enseña que Jesús tiene que ser el centro de todas nuestras alegrías. Jesús es la verdadera alegría del hombre, porque Jesús es Dios mismo hecho hombre, que viene hacia nosotros, que en su gran misericordia, se hace uno de nosotros, se nos hace cercano, para socorrer nuestras miserias. María nos enseña, entonces, cuál debe ser nuestra alegría; lo hace mostrándonos cuál es su alegría. María tiene el corazón lleno de Dios, con una plenitud nunca antes alcanzada, y poseída de manera única, puesto que ha sido definitivamente preparada por la gracia (Lc 1,27). Esto nos lleva a la siguiente reflexión.

 

En estrecha relación con lo anterior, otra manera de conocer cuáles son los amores de una persona es ver hacia dónde se dirige frecuentemente su pensamiento. Así, por ejemplo, la persona que ama a otra, se acuerda frecuentemente de ella en la oración, encomendándola a Dios… Y la persona que ama a Dios, piensa frecuentemente en Dios. En una palabra, hay que ver qué es lo que una persona «guarda» en su corazón: María conservaba atentamente todo lo referente a Jesús, todo lo referente a Dios-su-salvador (Lc, 2,19; 2,51).

 

María acompaña a Jesús. Por eso la encontramos al pie de la cruz. Eso significa que también comparte sus tareas apostólicas, sus anhelos, sus dolores. Justamente, al pie de la cruzla Virgenrecibe una directiva del buen Jesús: «He ahí a tu hijo» (Jn 19,27); es decir, «sé su madre, ámalo».

 

El amor maternal de la Virgen por nosotros nace a partir de su comunión con el corazón de Jesús. Su corazón está profundamente unido al corazón de Jesús. María es caritativa porque lleva al buen Jesús a los demás y lleva a los demás hacia el buen Jesús. Que lleva Jesús a los demás, es claro en el episodio dela Visitación. Que lleva los demás a Jesús, es claro en el episodio de Caná. De aquí se desprende que el amor que María tiene a Dios no se desliga del amor al prójimo, sino que la lleva a amar al prójimo mucho más y de manera mejor, intensamente, profundamente. Este amor de María por el prójimo la hace estar atenta también a los detalles de la vida: la caridad de María no es un amor que esté «en las nubes», lejano y como ajeno a los acontecimientos de nuestra vida diaria. Por eso Ella nos enseña cómo en concreto tenemos que ocuparnos, con delicadeza, en procurar el bien del prójimo, hasta en los detalles.

 

Tenemos un elocuente ejemplo de esto en el episodio de Caná de Galilea (cfr. Jn 2,1-11). Se trataba de una fiesta grande, la fiesta de bodas, no una fiesta cualquiera. Comienza a escasear el vino, un elemento característico de las celebraciones en esa época y cultura. Ella se da cuenta: la persona que ama, nota enseguida la necesidad del prójimo. Se da cuenta y toma la iniciativa: no espera a que le pidan, busca enseguida ayudar. Sin embargo, es sumamente discreta: ve la necesidad, ve la dificultad y habla con Jesús; no se pone a hablar con todo el mundo, ni siquiera lo hace saber a los interesados, para no crearles una situación más desagradable aún… La caridad de María es operosa y es delicada, no hace ruido. Y además, aconseja bien, del mejor modo: «Hagan lo que Jesús les diga». No sólo les soluciona el problema inmediato, sino que les da algo mucho más alto: los envía a Jesús, procurando así la entrada de Jesús en sus vidas. Por eso se ve que su amor al prójimo es del más exquisito valor, puesto que procura al prójimo los más altos bienes. María lleva a Jesús: «Hagan lo que Jesús les diga»… Es la fórmula primera, es la fórmula última, es la fórmula esencial de la vida cristiana esencial: la formula que ha hecho a los santos, que ha llevado a los santos a la santidad. Hacer lo que Jesús diga: quien hace así no puede equivocarse, quien hace así camina a la luz, quien hace así ilumina a los demás.

 

Nuestra madre santísima es, pues, modelo de caridad: modelo de amor a Dios y modelo de amor al prójimo. Ella es toda bondad, toda dulzura, como afirma san Alfonso siguiendo a san Bernardo: «No hay nada de severo en ella, nada de terrible, ella es toda dulzura». Si en María hubo caridad, y si la hubo en grado superlativo, entonces bien podemos aplicarle a Ella de modo superlativo lo que enseña san Pablo sobre la caridad:

 

«María es paciente, María es benigna;

María no es envidiosa, María no se jacta,

María no se enorgullece, María no falta el respeto,

María no busca el propio interés, María no se enoja,

María no toma en cuenta el mal recibido,

María no se alegra por la injusticia,

María se complace con la verdad,

María todo lo excusa, todo lo cree,

todo lo espera, todo lo soporta».

 

Las últimas frases nos tienen que llenar de confianza enla Virgen: porque Ella siempre tiene esperanzas de que lleguemos a convertirnos; porque a pesar de nuestros olvidos, de nuestras descortesías, de nuestra dejadez, Ella no nos olvida, Ella sigue siendo delicada, Ella no nos deja. Se preocupa por nosotros y procura nuestra salvación. Es nuestra gran benefactora: modelo de caridad, ejemplo de virtudes, y poderosa y maternal intercesora. Reflexionar, pensar, meditar en todas estas cosas nos tiene que llevar a procurar imitar cada vez más y mejor la espléndida caridad dela Virgensantísima, nuestra dulce madre de los Cielos.

19 de Marzo 2013 día de San José      P. Christian Ferraro.