Magnificat

El «Magníficat»   (Lc 1,46-55)

 

Proclama mi alma la grandeza del Señor,

se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;

porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,

porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:

su nombre es santo,

y su misericordia llega a sus fieles

de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:

dispersa a los soberbios de corazón,

derriba del trono a los poderosos

y enaltece a los humildes,

a los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,

acordándose de la misericordia

–como lo había prometido a nuestros padres–

en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

 

El Magníficat es el cántico de alabanza a Dios que la Virgen Santísima hizo ante su prima Isabel, cuando ésta la reconoció como Madre del Señor, al decirle: «¿Quién soy yo para que venga a visitarme la Madre del Señor?» (Lc 1,43). Bien se lo puede considerar el cántico de la alegría, del gozo intenso, de María Santísima, una «explosión» de alegría de su corazón que prorrumpe y florece en alabanzas a Dios por tantos bienes recibidos.

 

Veamos brevemente el sentido de los versículos, que están llenos de referencias a textos del Antiguo Testamento.

 

Proclama mi alma la grandeza del Señor. En latín y en griego «proclamar la grandeza» se dice con una sola palabra. La palabra latina Magnificat ha pasado a dar, tradicionalmente, el nombre al cántico. El beato Juan Pablo II comentaba: «Con la expresión Magnificat (…) se celebra la grandeza de Dios, que con el anuncio del ángel revela su omnipotencia, superando las expectativas y las esperanzas del pueblo de la alianza e incluso los más nobles deseos del alma humana»[1].

   … se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador. Es lo que le había dicho el ángel, cuando la saludó por primera vez: «Alégrate…» (Lc 1,28). María Santísima es totalmente consciente de que todo le viene de Dios, y por eso lo llama su Salvador. Ella también es salvada: no porque haya sido rescatada del pecado, sino porque ha sido preservada del mismo. Por eso bien dice, «mi Salvador», puesto que lo es de manera muy especial, y con particular predilección.

  

   … porque ha mirado la humillación de su esclava. Esto es muy hermoso y profundo. La Virgen se muestra humildísima, hasta el punto de declararse «esclava» de Dios, como poniéndose, por así decirlo, en el último lugar. Una expresión análoga se encuentra en el cántico de Ana, la madre de Samuel, donde viene usada para indicar la gran humillación que a ella le significaba la esterilidad (cfr. 1Sam 1,11). Aquí, en cambio, significa la conciencia de su pequeñez, como bien indica Juan Pablo II: «… María presenta su situación de pobreza y la conciencia de su pequeñez ante Dios que, con decisión gratuita, puso su mirada en ella, joven humilde de Nazaret, llamándola a convertirse en la madre del Mesías».

 

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones… Es decir, «me llamarán bienaventurada», «me llamarán beata, feliz». Esto ya había comenzado con Isabel, por la cual es reconocida, por primera vez en la historia, como madre del Señor; por eso dice «desde ahora», es decir, «de ahora en más, de ahora en adelante». Aquí es muy importante darse cuenta de que estamos leyendo y meditando un texto bíblico, que es Palabra de Dios, o sea, ha sido inspirado por el Espíritu Santo. Y es el mismo Espíritu Santo el que había llenado tanto el corazón de Isabel (cfr. Lc 1,41), llevándola a reconocer a María como «Madre del Señor», como el dela Virgen, inspirándole este cántico. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que cuando veneramos ala Virgen, estamos haciendo lo que hizo santa Isabel, lo que profetizó la mismísma Virgen y, sobre todo, lo que el Espíritu Santo ha inspirado. Por eso, quien se acerca a María se hace partícipe del misericordioso plan divino de salvación.

 

   … porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Se declara el poder de Dios, inmenso. María tiene claramente conciencia, experiencia muy personal, del favor especial que el Señor le ha mostrado: «… obras grandes por mí». Ella se da cuenta de su victoria total sobre el pecado, y se da cuenta de que eso viene de Dios omnipotente, porque para un hombre es imposible, con sus solas fuerzas, evitar hasta el más mínimo pecado; se da cuenta, más aún, con una claridad, una certeza y una convicción totales, de su maternidad divina, algo que procede total y exclusivamente de la omnipotencia de Dios, pues concibe sin concurso de varón, y concibe a Dios mismo que se hace hombre.

 

   … su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Pero no se trata sólo de la convicción de la omnipotencia divina, sino, más profundamente, de la bondad y de la misericordia de Dios, que no se cansa de hacer el bien. Por eso, en esas obras grandes que Dios ha hecho en ella,la Virgen ve también la misericordia de Dios hacia todos los hombres, puesto que todos se beneficiarán con su maternidad divina.

 

Sigue en el texto un elenco de las grandezas que puede obrar Dios.

 

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Nuestra querida Madre ejemplifica, con el lenguaje propio, simple, concreto, de una mujer galilea de hace dos mil años, lo que puede obrar Dios. Se trata de situaciones que aparentemente eran irreversibles, humanamente insuperables; pero el poder de Dios es tal, que pasa por encima de todo ello, e invierte completamente las cosas. Esto se enlaza con lo que había dicho antes sobre su propia pequeñez: ella era muy humilde, y Dios la enalteció como a nadie; ella tenía hambre de santidad, y Dios la colmó de los bienes más altos, hasta convertirse Él mismo en su riqueza, eligiéndola como Madre. Son cosas, éstas, muy profundas.

 

   Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia por siempre. Es la parte final del cántico. Aquí la Virgen pasa a hablar en plural (… a nuestros padres). Es muy interesante la explicación de Juan Pablo II: «María, colmada de dones divinos, no se detiene a contemplar solamente su caso personal, sino que comprende que esos dones son una manifestación de la misericordia de Dios hacia todo su pueblo. En ella Dios cumple sus promesas con una fidelidad y generosidad sobreabundantes». Hay que notar aquí también la referencia a Abraham, nuestro padre en la fe. Abraham creyó, y fue justificado por su fe (cfr. Rom 4,3; Gal 3,6; Sant 2,23). Y santa Isabel declara bienaventurada a la Virgen por su fe: «Dichosa tú, que has creído…» (Lc 1,45). El Magníficat, que termina con esta referencia a Abrahám y a la misericordia de Dios, sigue inmediatamente como respuesta a esas palabras de santa Isabel.

 

   San Ambrosio, en su comentario al Evangelio de san Lucas, tiene una reflexión hermosa que nos hace ver la utilidad espiritual de este hermoso cántico: «Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios». En este sentido bien se puede decir que la recitación meditada del Magníficat es una verdadera escuela en la que aprendemos a ser cada vez mejores hijos de María.

 

Otro santo muy profundo, San Beda el Venerable, escribía: «Proclama la grandeza del Señor el alma de aquel que consagra todos sus afectos interiores a la alabanza y al servicio de Dios y, con la observancia de los preceptos divinos, demuestra que nunca echa en olvido las proezas de la majestad de Dios. Se alegra en Dios su salvador el espíritu de aquel cuyo deleite consiste únicamente en el recuerdo de su creador, de quien espera la salvación eterna». Y añadía: «Estas palabras, aunque son aplicables a todos los santos, hallan su lugar más adecuado en los labios dela Madre de Dios, ya que ella, por un privilegio único, ardía en amor espiritual hacia aquel que llevaba corporalmente en su seno. Ella con razón pudo alegrarse, más que cualquier otro santo, en Jesús, su salvador, ya que sabía que aquel mismo al que reconocía como eterno autor de la salvación había de nacer de su carne, engendrado en el tiempo, y había de ser, en una misma y única persona, su verdadero hijo y Señor».

 

En resumen, podemos decir que con estas palabras suyas la Virgen misma, nuestra muy querida Madre, nos enseña y da ejemplo de diez cosas:

 

 1) Nos enseña a alegrarnos de las cosas del Cielo, de las cosas sobrenaturales.

 2) Nos enseña a poner nuestro corazón en ellas, a buscarlas.

 3) Nos enseña a poner nuestra esperanza en Dios.

 4) Nos enseña a «leer», a «percibir» la bondad, la gran bondad, de Dios.

 5) Nos enseña a ser agradecidos con Dios.

 6) Nos enseña a preocuparnos por extender a nuestros prójimos lo que de Dios hemos recibido.

 7) Nos enseña a ser humildes.

 8) Nos enseña el poder total y absoluto de Dios, para quien nada es imposible.

 9) Nos enseña que Dios cumple con su palabra.

 10) Nos enseña que Dios no retracta sus promesas.

 

Bien se puede decir, en conclusión, que con la recitación y meditación frecuente del Magníficat tenemos acceso a lo que María guardaba en su corazón. De esta manera, aprendemos a amarla más y a imitar sus virtudes, y aumenta nuestro deseo de verla un día en el Cielo, junto a nuestro buen Jesús, y de trabajar para que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

 

Roma 31 de Mayo 2012 día de la Visitación de la Santísima Virgen María

 

                                                                               P. Christian Ferraro IVE



[1] Beato Juan Pablo II, Catequesis sobre el cántico de la santísima Virgen María (06.11.1996).